El derecho a disfrutar sin mejorar: una mirada psicológica al ocio en tiempos de hiperproductividad

Vivimos en una cultura donde casi todo tiene que servir para algo. Aprendemos idiomas para ser más competitivos, hacemos deporte para adelgazar o rendir mejor, meditamos para ser más productivos y descansamos para volver a trabajar con más energía. Incluso el ocio parece necesitar una justificación.

En este contexto, disfrutar por el simple hecho de disfrutar se vuelve algo casi sospechoso. Como si hacer algo sin un objetivo claro fuera una pérdida de tiempo o una irresponsabilidad personal.

Cuando el ocio deja de ser ocio

Desde hace años, el discurso del desarrollo personal y la cultura del rendimiento han ido colonizando espacios que antes estaban ligados al placer, el juego o el descanso. Ya no basta con hacer algo porque nos gusta: tiene que aportarnos algo medible, visible o útil.

Así, actividades que podrían ser placenteras se convierten en tareas más dentro de la lista de “cosas para mejorar como persona”. Leer para aprender, caminar para cumplir objetivos, pintar para hacerlo bien, descansar para rendir más.

Desde la psicología, esto conecta con la autoexigencia, el perfeccionismo y la idea de que nuestro valor está ligado a lo que hacemos y producimos, incluso en nuestro tiempo libre.

Y además, seguimos cuidando. De hijos, parejas, familiares, pacientes.Sosteniendo, pendientes, disponibles. Incluso en nuestro “tiempo libre”.

El placer sin finalidad (y por qué cuesta tanto permitirlo)

El placer intrínseco —hacer algo simplemente porque nos gusta— no responde a la lógica de la productividad. No busca resultados, no garantiza mejoras y no siempre es constante ni eficiente.

Y, sin embargo, es fundamental para el bienestar psicológico. El juego, la curiosidad libre, las experiencias estéticas o incluso el aburrimiento creativo son espacios donde no tenemos que demostrar nada, ni avanzar, ni optimizarnos.

Muchas personas sienten culpa, inquietud o vacío cuando intentan parar o disfrutar sin un propósito claro. No porque haya algo mal en ellas, sino porque han aprendido que el descanso y el placer solo son válidos si sirven para algo más.

No todo es una elección individual: el contexto importa

Es importante decirlo con claridad: no todas las personas pueden permitirse este tipo de tiempo libre. La precariedad laboral, las jornadas extensas, las cargas de cuidados y la falta de recursos hacen que, para muchas personas, el ocio sea un lujo más que un derecho.

Por eso, hablar de disfrutar no puede convertirse en una nueva exigencia ni en un mandato más. No disfrutar no es un fallo personal; muchas veces es una consecuencia directa del contexto social y económico en el que vivimos.

¿Qué pasa cuando no hay espacio para el disfrute?

En consulta, es frecuente escuchar frases como: “hago todo lo que se supone que tengo que hacer, pero no me siento bien”. Personas activas, responsables y constantes que, aun así, se sienten vacías, cansadas o desconectadas.

La ausencia de disfrute puede relacionarse con:

  • anhedonia funcional (hacer muchas cosas sin placer)
  • fatiga emocional
  • desconexión corporal
  • dificultad para identificar deseos propios
  • sensación de estar siempre cumpliendo expectativas ajenas

No porque falte motivación, sino porque todo se vive desde la obligación.

Recuperar lo “inútil” como forma de cuidado

Buscar actividades que no sirvan para nada concreto no es perder el tiempo. Es abrir espacios donde no tenemos que rendir, mejorar ni demostrar.

Dibujar mal, cantar sin aprender, caminar sin contar pasos, leer sin sacar conclusiones, empezar cosas y dejarlas a medias. No como una nueva tarea de autocuidado, sino como un permiso.

En una cultura que nos quiere productivos incluso cuando descansamos, disfrutar sin producir también puede ser una forma de resistencia.

Porque no todo tiene que servir.
Y porque, a veces, cuidarse es simplemente dejar de exigirse.

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