El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se asocia comúnmente con la infancia, pero muchas personas llegan a la adultez sin un diagnóstico claro, enfrentando dificultades que no siempre han sabido explicar. La inatención, la impulsividad o la dificultad para organizarse pueden generar frustración, afectando el ámbito laboral, académico y personal.
Sin embargo, la clave no está en la etiqueta en sí, sino en comprender qué procesos están influyendo en nuestro bienestar y en nuestra capacidad de concentración. Evaluar no significa encasillarnos en un diagnóstico, sino identificar las dificultades específicas para abordarlas de manera eficaz.
La Evaluación: Un Primer Paso Esencial
Cuando un adulto sospecha que puede tener TDAH, es fundamental realizar una evaluación profesional. No se trata solo de comprobar si cumple los criterios diagnósticos, sino de analizar qué dificultades concretas enfrenta en su vida diaria.
La inatención, la procrastinación, la gestión del tiempo y las emociones, la dificultad para priorizar tareas o la sensación de “desorden mental” pueden ser indicios del TDAH. Pero también pueden deberse a otros factores como ansiedad, estrés crónico, problemas del estado de ánimo o incluso hábitos de sueño deficientes.
La evaluación nos permite responder preguntas clave como las siguientes:
• ¿Por qué tiendo a ser desorganizado? ¿Por qué necesito apuntarme todo al detalle para no olvidarme de nada?
¿Realmente se trata de TDAH o hay otros procesos emocionales que afectan la concentración?
• ¿Cuáles son las dificultades principales y cómo impactan en la vida diaria?
• ¿Qué estrategias pueden ayudar a gestionarlas mejor?
Entender nuestra forma de funcionar nos da herramientas para el cambio.
Más Allá del Diagnóstico: Intervención Personalizada
Recibir un diagnóstico de TDAH en la adultez puede ser un alivio para muchas personas: finalmente, encuentran una explicación a años de lucha con la organización, la atención o la impulsividad. Sin embargo, el diagnóstico en sí no soluciona los problemas, sino que marca el inicio de un proceso de aprendizaje y adaptación.
Si el TDAH está presente, el tratamiento debe enfocarse en estrategias personalizadas, como:
• Técnicas de organización y gestión del tiempo, para mejorar la planificación y reducir la procrastinación.
• Trabajo sobre la regulación emocional, ya que la impulsividad no solo afecta la conducta, sino también la forma en que respondemos al estrés y las relaciones interpersonales.
• Mindfulness y estrategias de atención plena, que ayudan a mejorar la concentración y reducir la sensación de desconcentración y falta de conexión con el presente.
• Psicoeducación y reestructuración cognitiva, para modificar las creencias autolimitantes y promover una mayor autocompasión.
Si se descarta el TDAH, la evaluación sigue siendo útil, ya que permite identificar otros factores que influyen en la concentración y el bienestar emocional. Problemas como la ansiedad, el perfeccionismo extremo o la fatiga mental pueden generar síntomas similares, y tratarlos adecuadamente mejora la calidad de vida.
Comprender para Avanzar
Tener o no un diagnóstico de TDAH no es lo más importante; lo esencial es comprender cómo funciona nuestra mente y qué podemos hacer para mejorar nuestra relación con el tiempo, las tareas y las emociones. La evaluación no busca etiquetar, sino dar respuestas y estrategias para vivir con mayor equilibrio y bienestar.
Si sospechas que podrías tener TDAH o dificultades similares, podemos ayudarte a esclarecer la situación y encontrar herramientas prácticas para gestionar mejor tu día a día. Lo que importa no es la etiqueta, sino el camino hacia una vida más organizada, tranquila y alineada con tus objetivos.
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